Javier Vercher: Escapando de la inmundicia

Se inició en la música de la mano de su padre, Miguel Vercher Talens, un saxofonista y flautista de sesión en Madrid (Ana Belén, Luis Eduardo Aute…). A los seis años la familia Vercher se mudó a Valencia. Ahí, con su padre se adentró en el solfeo, el piano y el clarinete bajo y a los 17 años se tituló en estudios clásicos de clarinete por el conservatorio Joaquín Rodrigo de Valencia. Una vez con el diploma reglado en el bolsillo, decidió empaparse de jazz, participó en seminarios (Kurt Rosenwinkel, Jorge Pardo o ese Perico Sambeat al que vio en vivo de adolescente y el muy meritorio se decidió por el saxo) y, a los 18 años, becado por el Berklee College of Music y la A.I.E. (Asociación de Intérpretes y Ejecutantes), se trasladó a Boston y con 22 se graduó en la especialidad de ‘Performance’ (actuación).
(imagen de móvil: Gorka Reino).

CAL: *

Jueves 13 de junio de 2019, Bilbao, Hotel Conde Duque, 20 h, 15 €.

 

Preocupado por la contaminación y el futuro del planeta, el empático saxofonista valenciano sudó la camisa y alegró la tarde a la concurrencia del Bilbaína Jazz Club con su repertorio ‘Agricultural wisdom’

 

En efecto, parece muy preocupado por la contaminación de la tierra el jazzman valenciano Javier Vercher (Madrid, 1978; este es su recomendable Bandcamp), licenciado en Berklee y curtido en Nueva York, pues una década se tiró en USA. No en vano, el repertorio con el que aterrizó en el Bilbaína Jazz Club se llama ‘Agricultural Wisdom’ (sabiduría agrícola) y bastantes comentarios filosóficos sembró el bueno de Vercher a lo largo de él: por ejemplo acerca de qué pensaría un extraterrestre que nos observara se preguntó antes tocar ‘Homo toxicus’, hablándonos acerca de los paisajes que inspiran sus composiciones (aseguró que éstas piezas agrícolas están basadas en ritmos tradicionales y folklóricos), afirmando que «el plástico nos come y vivimos en una espiral de mierda», y concluyendo que «un concierto es el único lugar donde poder evadirnos de la inmundicia», lo cual sostuvo en serio pero provocó risas. Por cierto: su chamarra y pantalón parecían manufacturados con textiles asaz contaminantes, no así los pantalones del baterista David Gadea, natural de Gandía, «donde inventaron la fideua», como destacó el jefe en una presentación.

El concurrido y expectante salón del Hotel Conde Duque superó los tres cuartos de entrada y ahí Javier Vercher condujo un buen concierto de 8 temas en 92 minutos crecientes. Aunque venía con dos percusionistas, el sonido no resultó demasiado tribal ni tan orgánico, sobre todo debido a la aportación de la guitarra eléctrica futurista del joven y risueño Iván Cebrián, con amplia pedalera a sus pies. A Vercher le salió una sesión muy urbanita pero variada. Quizá mejor, por más cálida, cuando Ales Cesarini tocaba el contrabajo en vez del bajo eléctrico. Aparte, la labor de Carlos Martín a los bongos, que también es trombonista, solo sugirió un sustrato orgánico que no se acabó de imponer. El sonido del quinteto fue bueno, pero faltó cierto cuerpo.

El quinteto con dos percusiones orgánicas y una guitarra astral (imagen de móvil: Gorka Reino).

Antes de empezar, Javier Vercher agradeció sincero nuestra presencia: «Muchas gracias por acercaros. Es un honor siempre venir a Bilbao y estar con vosotros». Sí, su rostro barbado y claro revelaba bonhomía, ninguna petulancia a pesar de su currículo. Además, el valenciano sonreía feliz a sus músicos y hasta daba palmas flamencas suavitas al compás de la música cuando no debía soplar su saxo tenor. Con coleta a lo Bale, la barba rayuela y mucha ropa encima (pañuelo, chamarra, camisa… no sabemos si camiseta interior; «buf, que calor, comentó nada más verle Oscar Cine, un gruñón, el reverso de Vercher), los cinco arrancaron setenteros, a lo Santana incluso, por mor de la guitarra y las percusiones (‘Maracatú’, «un ritmo que da sabor rico a la vida», explicitó luego al presentarla) y continuó con percusiones africanas en un jazz astral propulsado por la guitarra y que devino en selvático durante el solo de un saxofón que llegó a barritar (‘Paisaje’).

«El sonido es muy guarro, demasiado eléctrico», se quejó el melómano habitual de la primera fila. Ya, a causa del bajo eléctrico y de la guitarra, pero a partir de la tercera se usó más el contrabajo, el empaque tornóse menos afilado, y proseguimos con el coctel estilista bien trabado: ‘Koriburi’ («colibrí en japonés, un pájaro místico, y por ahí va el tema», explicó en la presentación) contuvo los lapsos de jazz más clásico y también más trazas de free astral a lo Sun Ra; ‘Tessa’s dream’ se prologó con un solo de saxo coltraniano que levantó ovaciones y luego se incidió tanto en el cool que el ritmo de la guitarra se asemejaba al de un Hammond en el acid jazz; y ‘Empatía’ («lo que me falta a mí y le sobra a mi mujer, o sea es una canción de amor») fue lo mejor de la cita, una balada melódica y clásica a lo Scott Hamilton, y ya sabemos que lo clásico es lo que no se puede hacer mejor («¡esta ha estado muy bien!», se solazó el melómano de la primera fila).

El quinteto en la tercera, ‘Colibrí’, con Vercher dando palmas y Cebrián punteando (imagen de móvil: O.C.E.).

Y ya hasta el adiós disfrutamos con escalas bop del saxo de Vercher y el fliscornio de Carlos Martín rematadas por la fusión del homo risueñus de las seis cuerdas (‘Homo toxicus’; aquí Vercher ya estaba sudadísimo); se logró el groove del afrobeat con saxo coltraniano protagonista (‘Agricultural wisdom’, «imaginaros un árbol con una raíz que va creciendo, lo veréis en la melodía; el árbol crece y seguirá aquí cuando ya no estemos los humanos»), y el bis fue un trallazo latin que gustaría a Woody Allen (‘Wesel’; o quizá era ‘Wisdom’ ahora que lo pienso).

Al acabar el concierto le paró una dama y le soltó: «Muchas gracias, me has alegrado la tarde». Y respondió el jazzman: «Vosotros a mí también».

ÓSCAR CUBILLO

Javier Vercher soplando en la segunda, ‘Paisaje’, y visto desde la primera fila (imagen de móvil: O.C.E.).

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